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16.8.21

Las lecciones son bienvenidas

Tras un tiempo vagabundeando entre las infinitas hileras de estanterías, saboreando el amargo café y oliendo el impregnante olor de los libros viejos y nuevos llegó a sentir que su pena se iba pedazo a pedazo. Descomponiéndose como los acantilados y las rocas golpeadas por el azote de las olas del mar. Poco a poco, erosionando, limpiando.

En medio de un ruinoso camino, se dio cuenta de que se alegraba de que el primero fuera aquel niño de su infancia que no volvió a ver. Aquel rechazo silencioso tras una pelea con chorros de agua fría en medio de un caluroso verano en el patio del instituto. Cuando las sonrisas cálidas y juguetonas no podían arañar más que unas palabras teñidas de ambición venenosa. Un recuerdo dulce aunque las cosas no hubieran sido lo que uno esperaba. 

A veces, una esperaba volver a verle y saber qué había sido de su vida. Por aquella infancia compartida.

En cambio, los recuerdos venideros que consiguió de otro estaban todos putrefactos. El temblor de la emoción que había sentido al escuchar sus bonitas palabras, ahora le producían asco. La lección se aprende una vez. Un disparo le rozó la mejilla, y sangró alegrándose de no ser una bala al corazón. 

Entre tantos libros vacíos que había encontrado durante sus paseos, algunos escribieron letras ante sus ojos, haciéndole preguntas.

—¿Te acuerdas?
—Sí.
—¿Te importa?
—Ya no...
—¿Te duele?
—Un poco.
—¿Mereció la pena?
—Sí.
—... ¿Por qué?

Al responder escribiendo en el las respuestas, divagó un poco tras tomar un sorbo de café con leche.

—Porque experimenté y aprendí de quién tengo que huir. Otra vez.
—¿Algo más?
—Me enseñó que soy más lista de lo que parece. Que tengo la cabeza bien puesta. Que no caí aunque intenté dar oportunidades. Que siempre supe lo que quería. No me cegué, no me entregué, no sin tenerlo todo seguro. Hay demasiados mentirosos. 
—¿Crees que la gente puede cambiar?
—Él ya no tenía solución. Ya le ayudé suficiente. Si no quiere, no quiere. Que haga lo que quiera. El orgullo de algunos es tan grande que es mejor ocultar su suciedad y vergüenza antes que aceptar las consecuencias de sus equivocaciones. El sólo se puso en su lugar. Al final, tiene lo que se merece. Alguien igual que él de repugnante. Pueden morir juntos a mordiscos y arañazos, gritarse hasta dejarse la voz. Insultar al resto y criticar hasta que se les pudran los ojos y el corazón de la envidia. Al final, me di cuenta de que tenía lo que se merecía. Veneno con veneno.

El libro se cerró y se colocó en la estantería. La estrella rota brillaba en su pecho. Había encogido lo suficiente para llevarla con un bonito cordón alrededor del cuello. Estaba rasgada, con agujeros, y con un trozo de alma distinto. Negro, muy pequeño.

Quizá algún día me deshaga de este pedazo que no es mío. Pero ahora dejémoslo estar. Todo llega.

Se tomó el resto del café y se levantó para acariciar las suaves tapas del príncipe apuñalado.

—Llevaré a su alteza y a su majestad siempre conmigo. 

Los libros ronronearon y tras convertirse en pequeñas motas de polvo de estrellas, se fusionaron con su corazón.

—Una lección más. Uno nunca deja de aprender sobre las personas.

A través del aire, a través de la tierra, a través de la lluvia, en el cielo y en el infierno. Como vagabundos lejanos buscando una palabra de honor.