La música sonaba en bucle. Una canción pop con un estribillo
pegadizo sobre lo que eran los sueños y las promesas. Sobre comerse el mundo
con un simple “Te quiero. Mucho.”
Unas nubes cubrían el cielo, y allá donde caminase, se
disipaban con cada chasquido rítmico de la melodía. Sonaba por el teléfono que
tenía en las manos. Caían los pétalos de los árboles en flor.
Suspiró de cariño, y la canción volvió a empezar. Se escuchó
en el aire, en su corazón. Seguiría caminando hacia donde le guiase aquel
estribillo. Una y otra vez, y otra vez. En bucle.
Se encontró con un rayo de luz tan luminoso en su camino,
que empezó a cegarla. Colgaba sobre su cabeza, allí en el cielo. Una estrella
nueva. Tintineaba al ritmo de su corazón. Como si se acompasara a su respiración.
De tanto mirarla, su imagen se quedó grabada en su mente, y no solo en sus
retinas. Ahora parpadeaba y veía aquella mancha luminosa... extrañamente
cálida.
No sabía de quién era. Pero volvió a aparecer noche tras
noche, noche tras noche. Cada día le costaba más mirar. Le dolían los ojos,
pero el corazón estaba feliz. Latía al ritmo de la canción.
Con mucho esfuerzo, una noche sin luna y sin estrellas, se
sentó tras días de caminar. Parar le parecía más difícil que continuar, ahora
que había comenzado. Cerró los ojos e invocó su estrella, que ahora vivía
dentro de su pecho. Apareció en la cuna de sus manos y la alzó. Hacía mucho
tiempo que la había escondido. Que había aprendido a retenerla en su pecho
igual que cuando se estrelló por primera vez. Su estrella seguía teniendo el
aspecto de siempre. Rota, resquebrajada, le faltaban piezas. Pero no importaba
mucho, porque su brillo había sido casi restaurado. Le permitió ver en la
oscuridad. Y parpadeó, una, dos veces. Al ritmo de una canción. Y apareció la
estrella sobre su cabeza.
“Yo te seguiré” cantó. Y la volvió a dejar ciega y su
estrella se escondió de nuevo en su pecho.
Caminó y caminó hacia el fin del mundo. Buscaba el gran
acantilado que llegaba más allá. El que conectaba todo. Con el teléfono en la
mano, un mapa y tarareando. Y una estrella que parpadeaba buscando aquella
sobre su cabeza. Sus ojos empeoraron, pero no sentía el dolor. ¿Y si pudiera
restaurar su estrella por fín? Y si... ¿Por qué llamaba a la suya?
Mientras andaba de día, su vista se nublaba por una mancha.
La silueta de la estrella que día tras día se expandía. No sabía si estaba
valiendo la pena. No sabía si iba a perder la vista. Pero, ¿a veces importaba
tanto lo que ya tenías si podías tener algo mejor?
¿Qué era sino una
promesa?
Un sueño fácil que
romper.
Su estrella solo conocía eso.
Y se elevó de nuevo, dejando estelas de luz, poniendo
barreras en su corazón.
Casi al final del camino llegó, a un campo de hierba alta de
color azulado por la luz de la Luna. Las estelas seguían a su alrededor, cada
vez más numerosas. ¿Qué le estaba pasando? ¿Qué tenía de malo sentirse bien?
Solo quería ir al acantilado y encontrar de quién era ese rayo de luz.
La estrella desconocida no apareció. Y no se percató del
crujido y la nueva línea irregular que cruzó la estrella de lado a lado. Las
estelas brillaron con mas fuerza. Al querer retomar sus pasos, estos pesaban
más. Su respiración empezó a desacompasarse. La mancha no le dejaba ver donde
estaba poniendo los pies. Y empezó a tener miedo, pero hizo que su estrella
brillase más. Le mostró el camino, y continuó su viaje.
"¡Pero...!"
En un tres de abril se formaron lágrimas que hicieron nacer
una historia que ni el más sabio podía saber donde desembocaría. Donde las
canciones mueren y los susurros duermen. El sol llena de luz nacarada el acantilado
de las estrellas, en el lúgubre y tierno peso de un adiós.
Sentada en el borde de una herida, con los ojos manchados de
luz. La forma irregular de un sangrado que no le dejaba ver la caída. Al otro
lado, le pareció distinguir otras estrellas rotas. Otras que brillaban con esa
fuerza sobrenatural que las diferenciaba del brillo de las estrellas enteras y
perfectas. En medio de la noche, sonaba una canción cantada por todas ellas. Resonaban
juntas, y la suya empezó a cantar. Notas tristes, notas perdidas, notas que
brillaban y se apagaban, brillos y estelas que refulgían y morían.
“¡Y
entonces…un 29 de mayo…!”
Una a una, las estrellas se volvieron fugaces, cayendo
dentro del valle, al fondo del acantilado. Una a una, le llamaban. La estrella
desconocida apareció una vez más, de repente, entre el coro de silencios. Pero
al intentar mirarla, sus ojos ardieron y tropezó. Se cayó con las demás, al
agua de un valle donde dormían profundamente las estrellas caídas. No había
corriente, solo agua que no la ahogaba. Era como un pequeño agujero sin fin,
que llegaba a conectar alguna parte. Entonces descubrió que allí abajo había
otro firmamento. El cual, era mas hermoso que el del cielo que siempre había admirado
cada noche. Del cual su estrella había caído, desterrada.
Cerró los ojos, sintiendo el desgarro de la nueva herida, el
agua sin peso intentaba introducirse dentro, buscando el núcleo que la hacía
brillar todavía. Sintió un pinchazo de traición, y supo que formaría parte de
aquel firmamento escondido en la profundidad del valle.
Cuando sintió algo frío en sus párpados, algo le quemó
intensamente otra vez. Y al abrir los ojos, se vio a si misma acariciándose el
pelo.
—Te cegaron y te usaron. Te dieron el cielo y la tierra. Te
ofrecieron prácticamente la Luna. Te dijeron que te amaban. Y todo eso no
importaba. Un puñado de mentiras que te trajeron hasta aquí. Una estrella negra
y fría que usaba la apariencia de otra víctima. Un camino guiado hasta el
terror y el desconcierto. Una cadena de traiciones casi te hizo presa. Aunque
presa fuiste, de un agujero negro.
Era una voz suave y cálida, recordándole su error.
—Hay cientos de miles de agujeros negros, que se tragan lo
que encuentran a su paso. Pero solo se ha llevado un trozo más. Alguno que ha
escupido en alguna otra dimensión, o que ha pulverizado… Ahora tienes que curar
tus ojos. Cuando lo hagas… todo volverá a ser como era.
Se pasó una mano por los ojos que ardían en lágrimas.
—Nunca le importé. Solo quería tragarme, arrastrarme al
fondo, masticarme y escupirme como si no valiera nada.
—Pero antes de que lo hiciera escuchaste la canción que
rompía tu estrella… no importa cuantos trozos pierdas… en cada una de nosotras
hay agujeros.
—Si miras esta noche estrellada, baila, canta la alegría del
adiós mientras añoras.