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2.6.21

La estrella que cegaba - un agujero negro

 La música sonaba en bucle. Una canción pop con un estribillo pegadizo sobre lo que eran los sueños y las promesas. Sobre comerse el mundo con un simple “Te quiero. Mucho.”

Unas nubes cubrían el cielo, y allá donde caminase, se disipaban con cada chasquido rítmico de la melodía. Sonaba por el teléfono que tenía en las manos. Caían los pétalos de los árboles en flor.

Suspiró de cariño, y la canción volvió a empezar. Se escuchó en el aire, en su corazón. Seguiría caminando hacia donde le guiase aquel estribillo. Una y otra vez, y otra vez. En bucle.

Se encontró con un rayo de luz tan luminoso en su camino, que empezó a cegarla. Colgaba sobre su cabeza, allí en el cielo. Una estrella nueva. Tintineaba al ritmo de su corazón. Como si se acompasara a su respiración. De tanto mirarla, su imagen se quedó grabada en su mente, y no solo en sus retinas. Ahora parpadeaba y veía aquella mancha luminosa... extrañamente cálida.

No sabía de quién era. Pero volvió a aparecer noche tras noche, noche tras noche. Cada día le costaba más mirar. Le dolían los ojos, pero el corazón estaba feliz. Latía al ritmo de la canción.

Con mucho esfuerzo, una noche sin luna y sin estrellas, se sentó tras días de caminar. Parar le parecía más difícil que continuar, ahora que había comenzado. Cerró los ojos e invocó su estrella, que ahora vivía dentro de su pecho. Apareció en la cuna de sus manos y la alzó. Hacía mucho tiempo que la había escondido. Que había aprendido a retenerla en su pecho igual que cuando se estrelló por primera vez. Su estrella seguía teniendo el aspecto de siempre. Rota, resquebrajada, le faltaban piezas. Pero no importaba mucho, porque su brillo había sido casi restaurado. Le permitió ver en la oscuridad. Y parpadeó, una, dos veces. Al ritmo de una canción. Y apareció la estrella sobre su cabeza.

“Yo te seguiré” cantó. Y la volvió a dejar ciega y su estrella se escondió de nuevo en su pecho.

Caminó y caminó hacia el fin del mundo. Buscaba el gran acantilado que llegaba más allá. El que conectaba todo. Con el teléfono en la mano, un mapa y tarareando. Y una estrella que parpadeaba buscando aquella sobre su cabeza. Sus ojos empeoraron, pero no sentía el dolor. ¿Y si pudiera restaurar su estrella por fín? Y si... ¿Por qué llamaba a la suya?

Mientras andaba de día, su vista se nublaba por una mancha. La silueta de la estrella que día tras día se expandía. No sabía si estaba valiendo la pena. No sabía si iba a perder la vista. Pero, ¿a veces importaba tanto lo que ya tenías si podías tener algo mejor?

 ¿Qué era sino una promesa?

 Un sueño fácil que romper.

Su estrella solo conocía eso.

Y se elevó de nuevo, dejando estelas de luz, poniendo barreras en su corazón.

 

Casi al final del camino llegó, a un campo de hierba alta de color azulado por la luz de la Luna. Las estelas seguían a su alrededor, cada vez más numerosas. ¿Qué le estaba pasando? ¿Qué tenía de malo sentirse bien? Solo quería ir al acantilado y encontrar de quién era ese rayo de luz.

La estrella desconocida no apareció. Y no se percató del crujido y la nueva línea irregular que cruzó la estrella de lado a lado. Las estelas brillaron con mas fuerza. Al querer retomar sus pasos, estos pesaban más. Su respiración empezó a desacompasarse. La mancha no le dejaba ver donde estaba poniendo los pies. Y empezó a tener miedo, pero hizo que su estrella brillase más. Le mostró el camino, y continuó su viaje.

"¡Pero...!"

En un tres de abril se formaron lágrimas que hicieron nacer una historia que ni el más sabio podía saber donde desembocaría. Donde las canciones mueren y los susurros duermen. El sol llena de luz nacarada el acantilado de las estrellas, en el lúgubre y tierno peso de un adiós.

Sentada en el borde de una herida, con los ojos manchados de luz. La forma irregular de un sangrado que no le dejaba ver la caída. Al otro lado, le pareció distinguir otras estrellas rotas. Otras que brillaban con esa fuerza sobrenatural que las diferenciaba del brillo de las estrellas enteras y perfectas. En medio de la noche, sonaba una canción cantada por todas ellas. Resonaban juntas, y la suya empezó a cantar. Notas tristes, notas perdidas, notas que brillaban y se apagaban, brillos y estelas que refulgían y morían.

“¡Y entonces…un 29 de mayo…!”

Una a una, las estrellas se volvieron fugaces, cayendo dentro del valle, al fondo del acantilado. Una a una, le llamaban. La estrella desconocida apareció una vez más, de repente, entre el coro de silencios. Pero al intentar mirarla, sus ojos ardieron y tropezó. Se cayó con las demás, al agua de un valle donde dormían profundamente las estrellas caídas. No había corriente, solo agua que no la ahogaba. Era como un pequeño agujero sin fin, que llegaba a conectar alguna parte. Entonces descubrió que allí abajo había otro firmamento. El cual, era mas hermoso que el del cielo que siempre había admirado cada noche. Del cual su estrella había caído, desterrada.

Cerró los ojos, sintiendo el desgarro de la nueva herida, el agua sin peso intentaba introducirse dentro, buscando el núcleo que la hacía brillar todavía. Sintió un pinchazo de traición, y supo que formaría parte de aquel firmamento escondido en la profundidad del valle.

Cuando sintió algo frío en sus párpados, algo le quemó intensamente otra vez. Y al abrir los ojos, se vio a si misma acariciándose el pelo.

Te cegaron y te usaron. Te dieron el cielo y la tierra. Te ofrecieron prácticamente la Luna. Te dijeron que te amaban. Y todo eso no importaba. Un puñado de mentiras que te trajeron hasta aquí. Una estrella negra y fría que usaba la apariencia de otra víctima. Un camino guiado hasta el terror y el desconcierto. Una cadena de traiciones casi te hizo presa. Aunque presa fuiste, de un agujero negro.

Era una voz suave y cálida, recordándole su error.

Hay cientos de miles de agujeros negros, que se tragan lo que encuentran a su paso. Pero solo se ha llevado un trozo más. Alguno que ha escupido en alguna otra dimensión, o que ha pulverizado… Ahora tienes que curar tus ojos. Cuando lo hagas… todo volverá a ser como era.

Se pasó una mano por los ojos que ardían en lágrimas.

Nunca le importé. Solo quería tragarme, arrastrarme al fondo, masticarme y escupirme como si no valiera nada.

Pero antes de que lo hiciera escuchaste la canción que rompía tu estrella… no importa cuantos trozos pierdas… en cada una de nosotras hay agujeros.

Si miras esta noche estrellada, baila, canta la alegría del adiós mientras añoras.




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